Pocas veces, si es que alguna vez, había sabido de alguien que dijera que su profesión es el amor de su vida, pero don Macario Gerardo González Rodríguez es un charro profesional, con todas sus letras, y la charrería, el amor de su vida.
“La charrería es el amor de mi vida”, habría dicho don Macario a la insigne escritora Odila Fuentes, en una entrevista para una semblanza – homenaje, convertida en libro, realizada por el Gobierno de Coahuila.
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Basta echar un vistazo a la vida de don Macario, quien vio la luz por primera vez el 18 de junio de 1942 en tierra sultana, para conocer que su amor por la charrería es genético, heredado, un legado de su padre don Enrique González Treviño, otro charro de buena cepa, fundador de la charrería en Nuevo León, quien inoculó en sus hijos la pasión por este llamado deporte nacional, el amor de don Macario.
Solo así se puede explicar, por el amor, que después de haberse caído de aquel caballo en el que su padre lo montó cuando tenía cinco años, no le quedara huella de trauma alguno y que, más tarde, los caballos se convirtieran en su mayor gusto.
Después vendrían más caídas, como aquella en la que se reventó la clavícula mientras practicaba una arriesgada suerte charra. Don Macario dice de la charrería que “es difícil y arriesgada”, y su hueso tardó un mes en soldar.
Pero no renunció al amor de su vida. Solo así se puede explicar que, a pesar de la precaria situación económica de su familia (don Macario tenía seis hermanos), decidiera incursionar en este a veces costoso deporte que es a la vez un arte.
Entonces, doña María Luisa Rodríguez Ríos, su madre, a quien don Macario recuerda ahora como una mujer de antes, entregada al cuidado de sus hijos, le confeccionaba la ropa que él usaba en su incipiente, pero prometedora carrera de charro, el amor de su vida.
Solo así se explica que don Macario, después de las arduas horas de escuela, ocupara sus tiempos libres, en lugar de ir a jugar o tumbarse a descansar, en la práctica de montar a caballo y de ejercitar las distintas suertes charras, actividad que en el futuro le daría sus máximos logros.
La Medalla de Oro de la Federación Mexicana de Charrería (FMCH), figurar en el círculo de honor del Salón de la Fama del Deporte de la Cervecería Cuauhtémoc en Monterrey, el Salón Latinoamericano de la Fama del Deporte del Civic Center, en Laredo, Texas, y el Salón de la Fama de la FMCH, en la Ciudad de México.
Don Enrique, su padre, le había marcado como condición que antes de dedicarse al que ya era el amor de su vida, su excelsa pasión, tenía que estudiar, convertirse en profesionista de alguna especialidad.
Macario siguió el ejemplo de su papá y se hizo contador público, como su padre, que primero fue maestro normalista y luego tenedor de libros, como se llamaba a los contadores en la antigüedad.
El viejo era de mano dura, pero a la vez cariñoso, extraña combinación del charro. Pero sobre todo, don Enrique había sido amante de los caballos, del olor a campo, allá en su natal Villa de Santiago, Nuevo León, y fueron precisamente esas pasiones las que transfundió a Macario y a sus hermanos.
Como ya dije, Macario tenía alrededor de 14 años cuando por primera vez tomó parte en un festival charro, con ropa de charro que le confeccionó su mamá y dinero que le dispensaron sus buenos amigos.
Más tarde, ya convertido en un hombre, todo un charro, don Macario dirá que si algo le ha dado la charrería, el amor de su vida, son amigos, amigos de aquí, de allá, de todas partes. A los 14 años, hizo su primera triunfal aparición en el lienzo, y desde entonces no reparó en triunfos.
Solo diré que no alcanzaría este espacio para enumerar y mencionar la enorme lista de reconocimientos como charro completo y charro mayor que posee en su oficina de contador don Macario González, situada en las instalaciones del lienzo que honra el nombre y la memoria de su padre don Enrique.
A la vuelta de la vida, casado ya con la señora Gloria Eugenia García Guerrero, a la postre y en la actualidad máxima promotora de las escaramuzas y la fiesta charra, ocuparía por 30 años la presidencia de la Unión de Charros de Coahuila y otros cargos en la FMCH. Actividades que alternaba con el comercio de pieles de cabra y cabrito y que por años le dio generosamente para sostener a sus cinco hijos: Gerardo, Mariana, Alejandro, Mariángela y Bárbara, todos charros, todas amazonas.
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“Si dominas el caballo, puedes dominar cualquier dificultad”, una de las ahora célebres frases que don Macario solía repetir a sus hijos. Una filosofía de vida contra el miedo.
De sus recuerdos más vívidos, más gratos, del que siempre cuenta y no olvida, es el del Campeonato Mundial de Charrería 1997, que tuvo como sede su lienzo Charro, el “Enrique González Treviño”.
Más de 60 mil personas pisaron aquel lugar y se solazaron con el tributo que don Macario y su familia de charros brindaron al artista Antonio Aguilar, Embajador de México en el Mundo de la canción vernácula y el espectáculo ecuestre.
Sus discípulos y compañeros lo definen como el hombre incansable, tenaz, disciplinado, saludable y sin miedo, porque el que domina el caballo, domina cualquier dificultad.
Este es don Macario González, el hombre que hizo de la charrería el amor de su vida.