Ranchos Emblemáticos: Fernando Lomelí, guardianes de la naturaleza

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En los terrenos de la Ganadería Fernando Lomelí, el ganado de consumo y los toros de lidia coexisten en equilibrio con las especies nativas, favoreciendo la conservación

Historias
/ 29 mayo 2024

Antes, la puerta era otra. Así lo demuestra Fernando Tohuí Lomelí Valero, quien hace ‘zoom’ a una fotografía en su teléfono. No es lo único que ha cambiado a lo largo de los años; sin embargo, algunos aspectos permanecen inalterables.

En las paredes de la entrada, fotografías en blanco y negro o a color de la familia (hijos, primos, padres, tíos y hermanos) se entremezclan con un ambiente rústico y campestre.

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Más allá, junto al fuego de la chimenea, Fernando habla sobre el rancho, su padre y el medio ambiente. Las fronteras son borrosas, los tres temas se funden en su discurso, en sus sonrisas y su emoción, en las lágrimas y las dificultades.

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Habló de la misma manera durante el camino hacia el desierto coahuilense, en donde se encuentra la Ganadería Fernando Lomelí; siempre lleno de pasión por los toros, amor por la naturaleza y el recuerdo de su familia.

Así es siempre, ya sea recorriendo el rancho en su camioneta llena de víveres y medicinas o sentado alrededor de la mesa en la casa grande, rodeado de gente del campo.

Esta zona, antes conocida como el Puerto de los Esposados, colindante al Cañón de Texas, es un refugio donde la ganadería coexiste con el cuidado del ecosistema y la protección de las especies nativas.

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EQUILIBRIO

A 100 kilómetros de Saltillo y 1,900 msnm, en los límites con Zacatecas, el alto desierto se extiende por hectáreas; escondida entre su aridez y detonada por la lluvia, está la vida. Fernando la señala en cada resquicio, debajo de las piedras y en lo alto de las nubes. Le emociona profundamente encontrarla.

“Creemos que la naturaleza son los bosques de Wyoming, de Canadá; que tiene que ver con pinos y paisajes hermosos. No, el desierto también es la naturaleza y es la que nos tocó a nosotros”, afirma.

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Entonces, ocultos entre los árboles, aparecen los toros. La camioneta se detiene y ellos también, la observan en posición de alerta, con músculos tensos y mirada fija. Casi son novillos y ya pelean entre ellos, frente a frente y con los cuernos, para convertirse en líderes de la camada. Por eso deben comenzar a separarlos, antes de que se hieran.

Porque son toros de lidia, la única presa herbívora capaz de luchar hasta la muerte por su naturaleza brava. No se defiende huyendo jamás. Pelea hasta derrotar a su depredador. Guardianes de la naturaleza, les llaman; son fundamentales en el equilibrio de su hábitat. Aquí viven y se alimentan con libertad.

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Actualmente, entre 170 y 180 animales de consumo (Hereford y Angus) y de lidia pastan en estas tierras. Vacas vientres, toros sementales y varias camadas de becerros están al cuidado de vaqueros como Antonio, quien tiene 15 años en esta profesión; ellos les proporcionan el alimento, las sales y minerales necesarios para mantenerse en buenas condiciones.

También radican en el rancho junto a sus familias, esforzándose en sus jornadas que se extienden de las 7 de la mañana a las 5 o 6 de la tarde cada día.

El ganado Hereford y Angus se ha adaptado al desierto con éxito: es resistente, luchista y capaz de encontrar las variedades correctas de pastos y arbustos. Mientras que el de lidia, en su condición salvaje y a través de su interacción con el entorno, se encarga de cuidar y equilibrar el ecosistema.

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Lo dice con orgullo: su labor como productor y la infraestructura del rancho han beneficiado a las especies locales. Los aguajes atraen animales y favorecen el crecimiento de la flora, los dátiles de los izotes son alimento; es acumulación de vida: zorros, gatos monteses, coyotes, osos, jabalíes, conejos, pájaros, incluyendo al escaso búho real, y al menos un puma visitan los terrenos.

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De su papá, Fernando Lomelí García, heredó los conocimientos: él le enseñó, a partir de su experiencia en la Secretaría de Agricultura -y especialmente en la Comisión Técnico Consultiva de Coeficientes de Agostadero-, cómo cuidar de las superficies para garantizar una interacción equilibrada.

“Sufrimos de un campo carente de muchas cosas: de educación, infraestructura, recursos... Entonces, que yo pueda estar aquí, con amor al campo, me llena de un gran valor; y, sobre todo, está el valor familiar, porque viene de mi padre, me acompaña mi esposa, lo disfrutan mis hijos. Nos reunimos en familia a un legado con la naturaleza, con el campo, con el toro de lidia”, expresa.

UN HOMBRE BUENO Y NOBLE

La herencia a veces no son tierras, sino símbolos. Sus significados se transforman, pero en su esencia y sus formas se distingue el pasado. Fernando explica la división de la sierra cuando el fierro de la ganadería aparece; pausa y lo señala: es el de su papá y ahora lo lleva él.

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Mas no es el primero de la familia. En 1938, su abuelo fundó la Ganadería Corlomé en Ojuelos, Jalisco; el suyo es una derivación del fierro de la Hacienda de la Punta: una flecha. Tras morir, en la década de 1970, lo heredó a sus hijos: Fernando y Sergio. Este último sigue al frente de Corlomé, después de que los hermanos separaran sus caminos en 1978.

Así comenzó la odisea. El viaje le llevaría a Durango y a Parras de la Fuente hasta encontrar estas tierras elevadas en el municipio de Saltillo, en 2003. Fernando bebió de la misma agua y desarrolló los mismos síntomas de la pasión ganadera, los cuales le impulsaron a dar el paso en el relevo generacional. Su papá se lo dijo: “nada más a mí me lo vendía”.

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Era un hombre bueno y noble. Continuar su labor, a tres años de su fallecimiento en septiembre de 2020, significa mantenerlo presente en su vida, es la ilusión que ambos tenían como padre e hijo.

“Más que grandeza, triunfos como ganaderos o una parte económica -que no la hay-, lo que más siento es el cariño de mi padre. De hecho, sus cenizas están en este rancho”, asegura.

PAISAJE EXÓTICO

Su voz lo transmite: su emoción, recuerdos, herencia y pasión, mientras la camioneta avanza de potrero en potrero, a través de cercas y aguajes. Entre el izotal, los dátiles cuelgan de las ramificaciones de los izotes; las biznagas son un destello rojo entre la vegetación, algunas cargan con la historia de 200 años.

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Un paisaje exótico, le comentaron una vez unos turistas españoles. ¿De verdad? ¿Algo tan cotidiano para el coahuilense es extraño para los extranjeros? Ellos se maravillan en los distintos tonos marrones de la tierra, las rocas y la sierra, moteadas de verdes secos, y bajo cielos azules o ardientes en el atardecer. El valor se esconde entre la peligrosa cualidad de lo cotidiano; esa sensación de rutina a veces interfiere en la visión: no cuidamos lo que consideramos ordinario.

Por eso, enfocan sus esfuerzos hacia el mejoramiento paulatino de estas áreas del desierto, que no se encontraban en las mejores condiciones ¿El objetivo final? Es a la vez reto y satisfacción: lograr el equilibrio total entre la actividad humana y la vida en su hábitat natural.

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La prueba de sus avances está en los rastros que deja la fauna al alimentarse de los dátiles, tras beber en los aguajes, en la bandada de patos mexicanos que los visita cada verano y en los patos americanos que han visto en invierno.

LA FIESTA BRAVA

La interacción entre humanos y animales en todas sus formas y matices -desde la compañía, protección, alimento, guía y transporte hasta el peligro- hizo posible el desarrollo de las civilizaciones. A las huellas del hombre las acompañan las garras y pezuñas de las bestias, en una relación estrecha e indivisible, representada en manifestaciones culturales.

Un ejemplo es el toro, cuya forma se distingue en las primeras pinturas rupestres, luchando contra los cazadores y sus lanzas. Fue venerado en la cultura etrusca; protagonizó historias mitológicas, como el minotauro en Grecia, y tuvo un lugar destacado en el coliseo en Roma.

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El toro de lidia es el último reducto de lo salvaje y lleva en su sangre la historia del uro euroasiático, que cruzaba estos continentes hace más de 100 mil años. A pesar de sus tres toneladas de músculo y fuerza, la caza mermó sus números hasta que los últimos descendientes se refugiaron en los pantanos del Guadalquivir, al sur de España, así como en pequeñas zonas de Portugal y Francia.

Los encuentros con ellos, la proeza de cazarlos con lanza desde arriba de un caballo, fueron la base para la fiesta brava; mas no llegaron a la plaza hasta muchos siglos después. La primera corrida de toros se realizó en México en 1526, organizada por Hernán Cortés como un homenaje al rey de España. Ahora, a casi 500 años de este acontecimiento, es una actividad arraigada en los valores y la cultura, en la mismísima mexicanidad.

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El amor por la tauromaquia corre por sus venas, tiñe sus recuerdos más antiguos y permanece en el lazo irrompible con su padre, a pesar de la separación. Año con año, camada con camada, busca las características de una bravura franca, sin medias embestidas, que no sea traicionera. Sus trabajadores y él se dedican a darles la mejor calidad de vida posible, en libertad.

Durante sus seis años a la cabeza de la tradición familiar, sus toros han lidiado en La Plaza México, la Plaza Nuevo Progreso en Guadalajara, en San Juan del Río, Querétaro; Mérida, Yucatán; Lerdo, Durango. Son una de las ganaderías radicadas en Coahuila con mayor actividad.

Fernando opina que, antes de juzgar, la gente debería informarse y conocer los valores y la tradición detrás de esta fiesta: el respeto a la naturaleza, la nobleza, la disciplina y el amor al campo. De abolir las corridas a nivel nacional, esta especie bovina, única en el mundo, correría el riesgo de desaparecer.

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De nuevo en el camino, ahora en la dirección opuesta: rumbo a Saltillo, que aparecerá en el horizonte con sus luces amarillas, blancas, rojas y azules; pero para eso falta una hora y media. En ese momento, las nubes se acercan más a la tierra árida, se pintan con ese mismo tono rojizo del atardecer. Las voces cesan; naturaleza y hombre transitan en silencio hacia la noche.

Antes de levantarse de su lugar junto al fuego para ir a comer con sus invitados, Fernando piensa en el futuro. “Mi plan es seguir trabajando en el cuidado del ecosistema y en la crianza del toro bravo dentro de su entorno natural”, concluye.

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