Era 1995. Yo tenía cinco años. Fue una época difícil. El país navegaba en una profunda crisis económica después del “Error de Diciembre”. En Chiapas, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional desafiaba al gobierno exigiendo justicia y reconocimiento para los pueblos indígenas. La masacre de Aguas Blancas en Guerrero evidenció la brutalidad y corrupción de las autoridades. Coahuila era entonces un estado tranquilo con 2.2 millones de habitantes y un inventario ganadero de entre 7 y 8 millones de cabezas. Pero yo no sabía nada de eso. Tampoco importaba. Estaba por terminar el Jardín de Niños en el Federico Froebel de la colonia Oceanía y pasaba las tardes jugando con un caballo de palo.
No recuerdo nada de eso. Tampoco hay fotos. Mamá dice que me gustaba andar de vaquero: sombrero, botas, paliacate, mezclilla. Pero fue papá quien tomó una escoba, se deshizo de las cerdas con un serrucho y me entregó la cosa más increíble de mi infancia: el palo. La escena debió ser más la de un maestro entregando un objeto mágico a un joven discípulo o la de una fuerza mayor e incomprensible premiando a un niño con un objeto que podría transformarse en lo que fuera. Yo, recibiendo algo capaz de estimular la imaginación sin freno.
Vaya la memoria a decirme si por los amiguitos, por las caricaturas o porque en alguna vida pasada anduve en el viejo oeste, pero aquel trozo de madera fue designado como un caballo de palo. Aunque de caballo no tenía nada tangible. Era nomás la vara pelona de menos de un metro en la cual me montaba.
Y ahí andábamos los dos. El Llanero Solitario y Silver montando en las praderas de concreto del estrecho patio. O el Zorro y Tornado galopando al filo del arroyo Ceballos. Odín y Sleipnir (creo que siempre he sido más de este tipo de historias) cabalgando por un Jotunheim que se entremezclaba con una zona de INFONAVIT al norte de Saltillo. César y su caballo de palo. Cesarín y un palo de escoba.
Era 1995. El país estaba convulso. Pero yo era feliz. Los años pasaron y mi versión más vaquera se apagó como una fogata engañosa que levanta algunas llamas, pero de súbito se sofoca. 30 años después, gracias a algunos relatos y novelas western, además de las publicaciones de Rodeo Capital, esas llamas se avivaron. Porque hay cosas que, si bien cambian, no se mueren.
Ya sé que este tipo de artículos no son comunes aquí. Pero desde la coordinación editorial de esta revista, me parece que tan relevantes son las competencias de charrería, los perfiles de jinetes, la historia del rodeo, como las historias con un corte más humano e íntimo. Desde que brotó en una sesión de lluvia de ideas, no dejé de pensar en escribir sobre el caballo de palo. Y no tenía una forma más sincera de hacerlo que con este arranque.
Con un efímero recuerdo de un caballo de palo en la infancia.
Un vago origen
El nombre de este artefacto alude directamente a su descripción. Una vara que en una de las puntas tiene una figura que representa un caballo. Esta última puede ser de trapo, tela o madera. Las más detalladas incluyen algunas correas que asemejan los ronzales. Los colores, también opcionales, le dan personalidad al corcel.
No encontré información tan vasta sobre sus orígenes, aunque es fácil deducir que anteceden directamente a los autos de juguete. Aunque una graciosa similitud es que algunas versiones del caballo de palo tienen ruedas pequeñas en la parte de abajo.
Para usarlo, bastaba con que el niño o niña colocara este equino imaginario entre sus piernas. A partir de ahí, la imaginación, nunca mejor dicho, toma las riendas.
Ya sea para vivir aventuras en el viejo oeste, dar persecución a un tren en el desierto, o ser forajidos que van de pueblo en pueblo metiéndose en problemas. Ya sea para revivir la época de la revolución, pretender que se tiene un rancho, o poner a todos los caballos en fila y hacerles divertidos peinados en la crin.
Se escuchan los gritos de “yi-ha”, “hi-yo”, “arre”, “ajúa”, “corre como el viento”. Los sonidos de los cascos se emulan con los pies o con la boca. Los chiquillos más desbocados imitan el relincho.
Pistas noruegas, alemanas y españolas...
No fue fácil encontrar información en español. La poco disponible alude a que el juguete existe, probablemente, desde que los niños vieron a los adultos montar caballos. Y esto es tan impreciso como posible. Algunas investigaciones estiman los primeros vestigios de la domesticación del caballo hace más de 5 mil años por la cultura yamnaya, como lo dice esta publicación de National Geographic, otros documentos apuntan a que pudo ser 3 mil 500 años en Kazajistán, según lo que se puede leer en la revista Science.
La otra vaguedad menciona respecto al caballo de palo en internet es que se volvió popular durante la edad media, convirtiéndose tal cual en una moda. Pero para dimensionar otra el amplio espectro de tiempo, dicho periodo va del año 476 (con la caída del Imperio Romano) a 1492 (con la llegada de Cristóbal Colón a América)
El sitio de La Gran Enciclopedia Noruega tiene un artículo titulado “Kjepphest”. Ahí hace una interesante y compleja desambiguación de esa palabra. Por un lado, “se utiliza para referirse a una opinión o idea de la que alguien está excesivamente preocupado”. Pero también hay un significado más literal, ya que, según las bases de datos de Google Translate y OpenAI, significa literalmente: “Caballo de palo”.
También se establece una relación con la palabra alemana “Steckenpferd”, que tiene un acepción similar que a veces varía a “caballo de batalla”.
Esta es una de las imágenes del artículo.
La de arriba es una xilografía, es decir un tallado en madera, publicado en la obra “Der Arzney gemeiner Inhalt”, que por su traducción sería algo así como “El contenido común de la medicina”. El trabajo publicado en Frankfurt en 1542 está atribuido a alguien de apellido Dryander. Por la época, debe tratarse de Johannes Dryander, un académico alemán que vivió de 1500 a1560.
De los materiales visuales que encontré, este es el de mayor antigüedad.
Otro ejemplo de esos años es la pintura al óleo de Pieter Brueghel el viejo, “Juego de niños”. Creada en 1560, la obra muestra a infantes de diversas edades jugando 80 cosas diferentes. Algunas actividades son propias de la niñez y otras imitan la vida adulta.
En la parte inferior central hay alguien jugando con un caballo de palo.
La otra imagen que coloca La Enciclopedia Noruega en referencia a este juguete es una pintura realizada por el pintor renacentista español Alonso Sánchez Coello, conocido por servir a corona. Para ser más específico, es un retrato de Diego Félix de Austria, tercero hijo de Felipe II.
El joven monarca apare e con ropas opulentas, sostiene una especie de lanza en la mano derecha, y sus pies se observa un caballo de palo. El niño tendría entre dos años. La obra habría sido realizada en 1577.
Otro sitio noruego agrega información interesante. Klisjeer (la traducción más cercana al español es Clichés), tiene un artículo publicado en 2020 con el título: “Montar de moda”.
La imagen que aparece al inicio es la siguiente:
La descripción dice en alemán sein Steckenpferd reiten. Los ires y venires entre esta lengua germánica, el noruego, inglés y español seguramente nos están escondiendo secretos, pero en vez de empantanar el misterio, me parece que lo enriquecen.
Digo esto porque las traducciones tienen una elasticidad semántica cuando menos seductora. Esas tres palabras germánicas pueden explicarse como “monta su caballito de palo”, monta su caballito de batalla” o “sigue su pasatiempo favorito”. La última, toca ligeramente el vocablo noruego orientado a dedicarle tiempo y atención excesiva a algo, aunque este caso más orientado a un aspecto de ocio o positivo.
Mencionar lo del pasatiempo parece ser un doble hallazgo. El primero es que el juguete en inglés se llama “hobby horse”. Hobby en español significa pasatiempo. Klisjeer explica que hobby, además, deriva de hobyn, una raza de caballo pequeño. Y aquí vamos a escarbar más en los idiomas.
El Etymology Online Dictionary explica que hobyn se usó entre lo siglos XII y XIV mediados del siglo XIV
“La expresión hobbyhorse también se utilizaba para describir un ‘caballo simulado’ empleado en la danza Morris desde la década de 1550 y para referirse a un ‘caballo de juguete infantil para montar’ en la década de 1580. El sentido de ‘pasatiempo o afición favorita’ se documentó por primera vez en la década de 1670, y la abreviatura moderna hobby surgió en 1816, manteniendo la noción de una actividad que, si bien es placentera, no tiene un propósito productivo o destino práctico”.
Mientras que hoy el artefacto es más bien simple y destinado casi exclusivamente para niños, el diccionario agrega que en su forma original, el hobby horse era un “caballo de torneo”, es decir, un armazón de madera o mimbre que se llevaba alrededor de la cintura y se sujetaba con correas en los hombros, con una cabeza y una cola falsas, haciendo que el portador pareciera estar montando un caballo. Dichos caballos de torneo se utilizaban en celebraciones religiosas y cívicas en el solsticio de verano y el Año Nuevo en Inglaterra.
El resto del artículo anuncia alguna conjeturas sobre cómo las palabras del noruego, el alemán y el inglés pudieron propagarse en la literatura, aunque sin la certeza de que hayan sido traducciones precisas o erróneas.
Quién sí brinda un poco más de contexto en sobre el vocablo en inglés es Gary Martin, escritor e investigador de los orígenes de las frases y creador del sitio web Phrase Finder. Él menciona que el caballo al que hace referencia la frase “Hobby horse” era una raza irlandesa que ya se extinguió. Señala que el poeta escocés John Barbour los mencionó en algunos versos de su obra “The Bruce” de 1375 refiriendo a ellos como “hobynis”. Después los volvió a mencionar en Reliquiae Antiquae, publicada al rededor de 1400.
And one amang, an Iyrysch man,
Uppone his hoby swyftly ran
/
Y uno entre ellos, un hombre irlandés,
montó rápidamente en su hoby.
Bajo este contexto, un artículo de Wikipedia, dice que el Poni de Connemara sería descendiente de aquella raza extinta. Pero dejemos a los caballos reales para la gente que sabe.
Quiero hablar de un último vestigio de un tiempo que parece más lejano de lo que en realidad es. Es una historia cuando menos interesante colgada en el sitio del Molino de los Bufones, que hace referencia a un sitio histórico en la ciudad de Dülken, Alemania. Antes de avanzar, creo que es necesario ver la imagen para entrar en el tono correcto.
El artículo “El caballo de palo” habla sobre una tradición o evento histórico en torno a un 11 de noviembre. 11 mil vírgenes habrían emprendido camino hacia Roma. Una cantidad igual de bufones las siguieron solo hasta un molino al rededor del cual empezaron a dar vueltas. Al cierre se menciona en forma irónica que cuando las mujeres volvieron, ya no eran vírgenes.
En cuanto a la imagen, el sitio explica que se trata del diseño de una carta de invitación de 1829. Incluye el sello más antiguo de la Universidad de Dülken en el reverso. El caballo de palo que aparece está trenzado en fibras vegetales que fue llevado desde África a Alemania por el funcionario Heinrich Mostertz, desde África a Dülken.
A continuación podré la traducción del texto que aparece tal cual en la imagen.
“Quien monta un caballo de palo, no se sube a un caballo alto
Al principio, era el burro el que acompañaba a la Academia de Bufones. Con ello, se ironizaba a Pegaso como fuente de toda sabiduría. Al mismo tiempo, el burro era considerado popularmente como un animal terco y tonto. Por ello, la Academia de Bufones cambió al caballo de palo.
Además de tener muchos significados, el caballo de palo representaba a una persona tonta y ridícula y caricaturizaba la caballería. Sin embargo, sobre todo en el siglo XVIII, pasó a ser un hobby, que en inglés se expresa con el término hobby horse. Hasta el día de hoy, los senadores montan cada año el 11 de noviembre, al inicio de la temporada festiva, en sus caballos de palo en el desfile de bufones.
La fama de los jinetes de caballos de palo se extendió hasta África, dando lugar a la creación de caballos trenzados artesanalmente”.
Ahora sí, el caballo de palo en la época moderna
El mundo cambió mucho desde los siglos a los que hicimos referencia en la parte central del artículo. Cabalgar por la historia también puede ser cansado y solitario. Así que si todavía estás leyendo en este punto del artículo, te agradezco.
El caballo de palo, al menos en el contexto de un estado al norte de México como es Coahuila, es una estampa clásica de la memoria. Un regalo para los más pequeños que llega en época de navidad, que ya está a la vuelta de la esquina.
Pregunté a mis amigos con hijos. En ningún caso los chamacos o chamacas tiene caballo de palo, pero al menos cinco me dijeron que sí tienen o han tenido caballo de balancín. A mi sobrino Lionel, quien apenas comienza con sus primeros pasos, le regalamos hace poco un toro de peluche, de esos que se han vuelto populares recientemente. Le encanta. Veremos cuánto tiempo le dura esa fascinación, y ya experimentaremos después con un caballo de palo.
Por supuesto que esto depende de mi contexto cercano. Bueno, de eso y de que la digitalización desplazó en algunos casos los juguetes análogos.
Poco más que decir al respecto en cuanto al objeto como tal. Pero no me quiero ir así nada más. Creo que para entender un poco mejor el papel que el caballo de palo tiene en el último siglo, hay tres aspectos claves para abordar este último tramo de nuestra conversación. No prometo brevedad al respecto.
El primero es nostálgico y moderno al mismo tiempo. Indiscutible. Salvaje. Rudo. Me refiero por supuesto al viejo oeste, ese periodo frontera entre el siglo XIX y el XX. Escenario de tiroteos y forajidos, espacio de mitos, realidades y transformaciones sociales que definieron el carácter de una nación en expansión: Estados Unidos.
Desde vastos territorios desde los Apalaches hasta la costa del Pacífico, en esos tiempos, la caballería era sinónimo de libertad, aventura y, en muchas ocasiones, supervivencia. Los hombres y mujeres que vivían en este contexto dependían de sus caballos para moverse, trabajar y enfrentarse a las inhóspitas tierras que prometían prosperidad o aseguraban desolación.
El caballo, entonces, se convirtió en un símbolo universal de ese espíritu indómito, y el caballo de palo se transformó en una representación de la libertad imaginativa en las mentes de los niños, quienes recreaban en sus patios las epopeyas de los jinetes del viejo oeste.
El segundo punto al que me refería es el inevitable legado del viejo oeste en la cultura pop. Desde los cómics en periódico, hasta las superproducciones cinematográficas, el vaquero ha cabalgado por páginas, pantallas y mentes de varias generaciones.
Personajes como El Llanero Solitario que ya mencioné en la parte más testimonial, o películas icónicas como El Bueno, el Malo y el Feo redefinieron lo que significaba ser un vaquero: la mezcla perfecta entre héroe y antihéroe, un rebelde con un código moral propio. Algunas interpretaciones de Star Wars también indican que la trama, al menos de la primera trilogía, podría verse como forajidos del espacio. La industria enfocada en niños no está exenta: Woody, Tiro al blanco y Jessie, de Toy Story, también entran en esta categoría.
Los libros también han hecho lo suyo: autores como Cormac McCarthy con su Trilogía de la Frontera (Todos los hermosos caballos, La Frontera y Ciudades de la llanura) o Larry McMurtry en Lonesome Dove pintaron retratos desgarradores y poéticos de la vida en la frontera, donde la línea entre la civilización y la barbarie era tan fina como una cuerda tensada.
En este sentido, la recomendación más reciente que puedo hacer es la trilogía de Jon Bilbao integrada por Basilisco (2020), Araña (2023) y Matamonstruos (2024).
En el mundo de los videojuegos, el espíritu del viejo oeste ha resurgido con fuerza, reinterpretando la épica de cowboys y forajidos para las nuevas generaciones. Títulos como Red Dead Redemption 2 nos sumergen en vastos paisajes, permitiéndonos cabalgar por desiertos y pueblos fantasmas mientras enfrentamos dilemas morales en un mundo que oscila entre la ley y el caos.
Opciones como Call of Juarez: Gunslinger o el irreverente y minimalista West of Loathing nos permiten experimentar ese mundo salvaje desde diversas perspectivas, mezclando realismo y humor surrealista.
De confesar que toda esta maraña de explicaciones tiene como objetivo ser el preámbulo para hablar de dos canciones. La primera es justamente “Caballo de Palo” interpretada por Juanito Farías y escrita por el cantautor panameño, Omar Alfanno.
La canción se volvió famosa en 1982, con una emotiva interpretación en el festival Juguemos a cantar, transmitido por Televisa.
La letra encarna a un niño triste que le reclama a su papá. Durante seis años, Santa Clos le trajo regalos a sus amigos en navidad, pero a él no. Por eso tuvo que conformarse con su caballo de palo, que a la vez usaba para jugar a la espada.
Por muchos años se ha dicho que fue la interpretación fue la favorita de esta edición, aunque logró 80 puntos de 100 por eso no ganó el primer lugar. Esto se debió a que un fallo técnico en la pista provocó que solo se escuchara durante la primera mitad del show.
Pero una cosa es la historia oficial y otra la experiencia del momento. Si ven el video, casi en el minuto dos, Juanito sigue entonando a capela. Al momento que dice “con este viejo caballo de palo”, levanta el juguete que lleva en la mano izquierda y podemos ver al publico estallar en aplausos y ponerse de pie.
Es un clásico mexicano que revive cada temporada y nos embarga con amargura, ya sea en su versión original o en los diferentes covers de la canción.
Hay otra canción que se llama “Caballito de palo”, de Joseph Fonseca. La pongo aquí como una mención especial.
Fue lanzada en 2015. La experiencia de esta rola es muy diferente a la anterior. El merengue nos anima y uno inmediatamente sonríe y los pies se están moviendo solos y los hombros agarran sabor.
El tercer punto clave, y ya con esto cerramos, es la contundente ferocidad de la cultura vaquera en México, en particular en los estados del norte. Las charreadas, los rodeos y las historias de corridos mexicanos, acercan pasado y presente mantiene viva la identidad western rica y única.
Ya tendremos oportunidad de explorar otros temas al respecto, que al fin y al cabo de eso va Rodeo Capital.
Mientras tanto, me iré pensando que al menos por una vez, aunque sea con mero palo de escoba, todos los niños y niñas deberían jugar con un caballo de palo. Que muchas cosas salvajes tiene la niñez. La imaginación es una de ellas. ¡Ajúa!