Nacido en Múzquiz, Julio Galán encendió el arte con rebeldía y pincel. Mezcló en su obra charros, caballos, vírgenes, familia, y a sí mismo en un mise en abyme que le gritó al mundo que ser auténtico, romperse, perderse y encontrarse, es a veces el único camino para los genios
Su genio no cabía en las raíces de su familia nativa del norte de Coahuila, ni en la quinta de bastas hectáreas en donde pasó su infancia al sur de Múzquiz, ni en la de por sí desbordante gentileza de sus coterráneos, ni en las nimias fronteras de México.
Julio era tan inmenso que no cabía en sí mismo y, por eso, estaba todo el tiempo creando, debatido entre la autenticidad, la contradicción, la tradición, el vacío, lo sublime, lo roto, la fiesta, la distancia y el reencuentro.
Varios lo dicen con confianza: que Julio es el muzquense más famoso en el mundo. Y también dicen esto sin remedio, que el mundo lo reconoce más que su propia tierra.
Por eso, hablar de él en el centenario de la ciudad que lo vio nacer —un 5 de diciembre de 1958 en vez del 59 como suele confundirse— no es un acto forzado, sino un gesto de cariño y veneración.
En cada autorretrato, Galán explora la intimidad de su ser, revelando un mosaico de crisis, pasiones y reencuentros. Con trazos que actúan como espejos, sus obras se convierten en confesiones visuales, en las que la identidad se fragmenta y se reconstruye en un constante devenir. Fotografía: Juan Rodrigo Llaguno
El propio Julio recordaba su ciudad como un pueblo entregado a la minería y la ganadería en donde además “hay demasiada vegetación, muchos árboles, cosa rara en esa región desértica”.
Su infancia transcurrió entre los encinos de la quinta familiar, en donde la mirada del abuelo Adolfo E. Romo lo consentía y le heredó —según el pintor— “el afán de coleccionar antigüedades y rarezas”.
Fue el tercer hijo del matrimonio formado por Julio Galán de la Peña y María Elisa Romo, una de las familias mejor acomodadas de la región. Mostró interés en la plástica desde niño, haciendo bocetos y dibujos en un cuaderno donde también tenía recortes de imágenes religiosas.
Sin embargo, la relación con su padre se volvió una espina constante. Se cuenta que don Julio Galán, de carácter fuerte, lo obligó a estudiar arquitectura en la Universidad de Monterrey, con la idea de que de la pintura nunca iba a ganar un solo peso.
Este trabajo fue donado al museo por un maestro de Julio de la época en la que estudió arquitectura en Monterrey.Fotografía: César Gaytán
Al ocurrir esto, fue a decirle a su padre que ya había cumplido su mandato, pero que ahora era momento de atender esa voz incallable que lo llevaba al arte.
Comenzó a exponer sus pinturas en Monterrey, Puerto Vallarta, Guadalajara, Ciudad de México, Cuba y Perú. Fue en 1984 que se fue a Nueva York, haciendo una estancia de seis años, trabajando para diversas galerías, nutriendo su visión, su trabajo y su red de contactos.
Eso le abrió las puertas a diversas ciudades de Estados Unidos, además de Canadá, Inglaterra, Alemania, Austria y Suiza, ganándose un nombre en la corriente del neoexpresionismo.
Para contar con mayor precisión esta historia, RODEO CAPITAL visitó el Museo Quinta Julio Galán Romo y platicó con Yolanda Elizondo Maltos, encargada de este recinto y presidenta del Patronato Amigos de la Cultura de Múzquiz. Ella conoció a Julio y fue cercana a su familia.
La pintura de Galán es un escenario donde se entrelazan lo divino y lo terrenal. Al integrar vírgenes, charros y caballos, su arte propone un diálogo incesante entre la devoción y la irreverencia, invitando al espectador a cuestionar las fronteras entre lo sacro y lo popular. Fotografía: Juan Rodrigo Llaguno
Con la hospitalidad muzquense por delante, nos dio un exclusivo recorrido por el hermoso museo en donde vivió el pintor.
La antigua residencia, donde se forjó la infancia de Julio Galán, se erige hoy como un museo que resguarda el espíritu rebelde del artista. Cada rincón de la casa revela detalles íntimos y anécdotas que conectan lo personal con lo universal, invitando a una reflexión profunda sobre la transformación de la memoria en patrimonio cultural. Fotografía: Cristina Rodríguez
Nos mostró las réplicas de la obra de Julio, las diferentes a alas de la casa principal en donde objetos ornamentosos acompañan la siempre presente presencia del artista.
La casa-museo se manifiesta como un testigo silencioso de la lucha y la reinvención. Conservar la esencia de la vida en Múzquiz y, al mismo tiempo, abrazar la modernidad. Además de las pinturas hay documentos, esculturas, y fotografías.Fotografía: Cristina Rodríguez
En una de las alcobas del segundo piso se encuentra un espacio que fue taller de Galán antes de ser restaurado.
Los vestigios de la vida cotidiana se funden con la estética subversiva del artista, ofreciendo una experiencia inmersiva. Además, hay vestigios de accidentes naturales, como la inundación de 2022 que dañó muros y muebles.Fotografía: Cristina Rodríguez
Yolanda también compartió varias anécdotas anécdotas y proveyó gran parte de la información que es dosificada en este artículo.
Por ejemplo, que en 1994 el Museo de Arte Moderno de Monterrey (MARCO) le otorgó a Julio un premio de 250 mil pesos por su obra.
El premio que menciona lo ganó con la obra Sácate una muela, en la que fue elegido por encima de otros 98 artistas.
Julio regresó a casa con el cheque sin cobrar y se lo enseñó a su padre, según platicó Yolanda. Encaró a su padre y soltó: “Dijiste que jamás ganaría dinero pintando. Aquí está la prueba de lo contrario”.
Por cierto, es necesario hablar, como se dice coloquialmente, de un factor que hasta ahora ha sido tácito, pero no es justo que sea así. Julio era homosexual. Me parece necesario decirlo en primera instancia, porque es parte vital de su identidad, porque fue un tema conflictivo en su familia, en su comunidad y porque vibra en su obra.
Algunas personas cercanas a él, cuyo nombre omito aquí, dicen bajito que ser “diferente” le trajo problemas. Que varios familiares se lo echaban en cara, tuvieron peleas irreconciliables, y que su mismo pueblo, la comunidad, no lo veía con buenos ojos.
El portal Posdata ofrece una mirada alejada de la discriminación en este sentido sobre la vida de Julio.
Por su parte, el sitio Sotheby’s, que se dedica a la venta de arte y objetos de lujo a través de subastas y otros canales de compra, dice que cuando se fue, se mudó a la Gran Manzana, “libre de las restricciones conservadoras de la vida familiar, Galán pudo vivir abiertamente como un hombre gay por primera vez. Inspirado por la floreciente escena cultural del downtown neoyorquino”.
Ahí estuvo expuesto a las obras de Robert Mapplethorpe, Sigmar Polke, Julian Schnabel y otros, por lo que “entró en un periodo de intensa productividad”.
En 1985, Julio conoció a Andy Warhol, quien incluyó varias de las obras de Galán en una edición de Interview Magazine ese mismo año.
La experiencia neoyorquina marcó una etapa de renacimiento para Galán, en la que el contacto con una escena cultural vibrante amplió su universo artístico. En Nueva York, el choque entre su legado mexicano y la modernidad internacional enriqueció su obra, permitiéndole experimentar nuevas formas de expresión y reafirmar su espíritu libre. Fotografía: Sin atribuir
Ahí estuvo expuesto a las obras de Robert Mapplethorpe, Sigmar Polke, Julian Schnabel y otros, por lo que “entró en un periodo de intensa productividad”.
Ahora, dicho lo necesario, más allá de la relación de Julio con Múzquiz por su nacimiento, ¿por qué estamos hablando de este artista plástico en una revista enfocada en la vida vaquera y la cultura western?
Bueno, en su trabajo, lo religioso y lo popular no se contraponen: se abrazan y muestran la escena de un México profundo, el de la charreada, las tradiciones ecuestres y la devoción mariana.
De hecho, conocí a Julio por una obra sin título pintada en 2001.
La declaración abierta de su homosexualidad se tradujo en una fuerza transformadora en su obra, desafiando los rígidos cánones conservadores. Galán supo convertir su identidad en un recurso estético y político, subrayando la riqueza de lo diverso y la capacidad del arte para cuestionar normas establecidas. Julio Galán
Como es habitual en su repertorio, es un autorretrato. Quizá va maquillado. Quizá muerto. No hay una respuesta correcta para la interpretación. Lleva un atuendo charro. Se ven los pantalones. Va cubierto por una especie de gabán de rayas verticales. En el centro, el águila sobre el nopal que aparece en la bandera nacional; y, a un lado, un sombrero charro. Posa elegante. Posa altanero.
La segunda pintura que vi de Julio fue “Los cómplices”. Data de 1987, y es considerada una de sus obras importantes. También la realizó en Nueva York y podría considerarse como una compleja lectura sobre lo kitsch y su papel en el conflicto entre las identidades nacionales, sexuales, religiosas y de género.
La vida y obra de Galán transcurren entre extremos: el peso de la tradición familiar y la incesante búsqueda de libertad creativa, el éxito internacional frente a la melancolía de sus raíces. Esta constante tensión se plasma en cada pintura, donde lo autobiográfico se funde con lo mítico en un relato personal y universal. Julio Galán
En la pintura se observa a una figura masculina ataviada con un traje de charro tradicional mexicano. Lleva un sombrero amplio con adornos plateados, chaqueta negra con bordados ornamentales y una banda o rebozo multicolor (parece un sarape) que cuelga de su hombro derecho. A su lado, hay un caballo de color café oscuro que ocupa el sector derecho de la composición. El espacio donde se ubican estos dos personajes es un cuarto de paredes rojas, con vetas o líneas que dan la impresión de madera o papel tapiz.
El trabajo de Julio Galán se presentó en más de 40 ciudades, y se codeó con personajes como Boy George, Liz Taylor y Johnny Depp. Aun así, jamás se desprendió por completo de su infancia norteña: “Mi pintura es autobiográfica. Mi pintura tiene máscaras”, comentó, atribuyendo a cada trazo el poder de revelar y, a la vez, ocultar.
De acuerdo con la revista Letras Libres, algunos críticos lo ven como un exponente del postmexicanismo: se apropió de la herencia cultural —vírgenes, charros, retablos y, por supuesto, la presencia de caballos— para deconstruirla con ironía y un guiño pop, permitiéndose también la libertad de abordar su propia sexualidad y contradicciones.
Él mismo se definía como alguien cambiante, “muy contradictorio”, y, por lo tanto, su obra basculaba entre la solemnidad religiosa y el desenfado festivo.
Según la Fundación Proa (en “¿Quién es Julio Galán?”), lo que caracteriza su pincel es “la figuración onírica, el autorretrato y los referentes religiosos y populares”.
Con una mirada crítica y desestructurada, Galán reconfigura los símbolos nacionales, resignificándolos en un contexto de ironía y modernidad. Sus obras se erigen como actos de subversión, donde la tradición se descompone para dar paso a una nueva narrativa que celebra la ambigüedad y la hibridación cultural. Julio Galán
Él mismo insistía: “Soy aventurero, independiente, amo la libertad, me atrae lo místico y lo relacionado con el ocultismo. Soy muy contradictorio, y mis cuadros, insisto, son un reflejo de mi existencia, algo que decirles a los demás”.
De ahí que sus pinturas desborden un aire de misterio y confesión, mezclando sarapes, trajes de charro, caballos y una atmósfera de profunda devoción que puede volverse irreverente en la misma pincelada.
El retorno a Múzquiz siempre fue latente, aunque a ratos lo negara. Por ejemplo, dijo la presidenta del Patronato Amigos de la Cultura de Múzquiz, volvía cada diciembre para las fiestas de Navidad y Año Nuevo.
Yo vine a Múzquiz porque me dijeron que acá vivía un tal Julio Galán. Al contrario de Juan Preciado con Pedro Páramo, yo esperaba encontrarlo muerto, pero esa fue la sorpresa. Al caminar por las casonas de la quinta, entre las arboledas, al escuchar el agua del riachuelo y ver cómo el sol acaricia el terreno con cariño, juro que lo encontré vivo.
Al norte del predio se encuentra esta casa “miniatura” conocida como la casa de muñecas. Cuenta con un recibidor, dos habitaciones en la parte de abajo y un ático. Era usada como casa de juegos por los niños de la familia. Aquí hay una fotografía de Julio con Aurelio, un muñeco que le regalaron en el sur del país y que marcó el inicio de su colección. En la parte alta, está el “Club de Aurelia”, una novia que Galán que consiguió a su Aurelio.Fotografía: Cristina Rodríguez
Lo cierto es que Julio murió a los 48 años, a mitad de un viaje. Iba de Zacatecas a Monterrey en avión. Pero sufrió un derrame cerebral. Aunque quizá porque su vida fue tan peculiar, más allá de esa versión han surgido varias versiones de su deceso. Algunas más míticas. Algunas exageradas. Probablemente todas falsas.
No de todos se puede decir que nada más murió su cuerpo. De alguna manera, su ausencia logró decir algo que él mismo no pudo decir en vida.
Hay una frase escrita en el museo de la quinta donde creció: “Alguien me ha dicho que yo me salí de Múzquiz, pero Múzquiz jamás se ha salido de mí”.
Algo parecido podríamos decir quienes conocemos su obra y estamos algo obsesionados con el rebelde de Múzquiz. De ahí las frase que abrió este texto: Nadie como Julio Galán. Por eso volveré a escribir de él cada que encuentre un buen pretexto. Ojalá nos hubiéramos conocido.